l verano le acompañan algunos hábitos archiconocidos que desde hace años calan en el imaginario popular, tradiciones que además comparten un mismo término: la operación salida, la temida operación retorno o la operación bikini. Las dos primeras -aunque la segunda provoque cierta tristeza porque anuncia el final de las vacaciones con todo lo que ello conlleva- las recuerdo con cariño de esos viajes en familia, todos juntos en el coche, rumbo al descanso. La tercera de ellas, sin embargo, encierra sus prejuicios. Nunca me he sumado a la operación bikini ni la he llegado a comprender realmente, pero en un mundo globalizado, en el que las redes sociales cumplen una gran función, los complejos afloran más si cabe debido a este masivo escaparate. Porque con ellas no nos exponemos únicamente ante quienes se encuentran en nuestro camino o en nuestras playas, sino ante cientos de miles de curiosos que se pasean por nuestros perfiles. Por eso, creo que es muy importante quererse a uno mismo, dotarse de cierta dosis de autoaceptación, porque todos los cuerpos son bonitos, con o sin operación bikini. Para lucir un bañador o, valga la redundancia, un bikini, no es necesario más que querer hacerlo. Y el resto que opine lo que quiera.