ues aquí volvemos a estar. Y con la misma matraca de siempre. Parece mentira, ¿verdad? Pasan los meses, se suceden las medidas, nos atiborramos de datos y estadísticas sanitarias, aprendemos las bondades de las diferentes vacunas, disertamos sobre la necesidad o no de utilizar la mascarilla y sobre la virulencia de las diferentes variantes del bicho del demonio... Y seguimos con la misma pauta de comportamiento, sin haber mejorado ni un ápice pese a todo. Supongo que la raza humana es así, de tropezar una y mil veces con la misma piedra, con el mismo bache, con el mismo socavón moral y con el mismo coronavirus. Es cierto que acostumbran a pagar justos por pecadores, y que estos también acaban en las UCI de los hospitales vascos sin haber dicho ni siquiera esta boca es mía, pero me da al hocico que muchos ciudadanos son (o somos) para dar de comer aparte. A las pruebas me remito, da igual lo que se diga y da igual la gravedad de la situación. Desde hace mucho más de un año, esta sociedad ha fracasado estrepitosamente a la hora de comportarse según las circunstancias. Aunque ese pecado no solo debería recaer en la espalda de una ciudadanía muchas veces perpleja ante los mensajes, a veces contrapuestos, de quienes gobiernan.