sto, por decirlo en un lenguaje lo más fino posible, me tiene hasta el moño. Me refiero a lo de las criaturas que, por mor de los acontecimientos, se han convertido en protagonistas absolutas de esta incipiente quinta ola de la pandemia con sus viajes de estudios (es un decir) a Mallorca. La verdad es que ha sido escucharlas, a ellas y a sus padres, y sufrir una repentina hinchazón de arterias, venas y otros sistemas y aparatos fisiológicos, todos ellos, alérgicos a las necedades. Supongo que será mi edad avanzada la que me imprime esta acritud hacia unos comportamientos que, en mi modesta manera de ver las cosas, han pecado, cuanto menos, de insolidaridad y de irresponsabilidad. Claro está, después de haberla liado parda y de haberse contagiado de covid-19 a mansalva, parece que la culpa de contribuir como pocos a extender la infección ha sido de las instituciones, del sistema sanitario, de los promotores de las fiestas, del clarinete mayor de la orquesta nacional y del ujier del hospital. Curiosamente, los pobres angelitos afectados y algunos de sus apurados progenitores solo aciertan a verse víctimas del sistema y de las cortapisas existentes en estos tiempos de pandemia. Comprenderán que a veces se hace complicado ser mesurado...