n poco de autocrítica siempre es necesaria en esta vida. No podemos creernos que somos el ombligo del mundo. Me refiero, en concreto, al periodismo, la apasionante profesión a la que me llevo dedicando en cuerpo y alma desde hace más de dos lustros. Poco queda ya de aquellos valores que me inculcaron en la facultad. He de reconocer que el tratamiento informativo de algunos episodios recientes me produce vergüenza ajena. A una televisión de ámbito nacional se le ocurrió el otro día vender como una exclusiva las imágenes con el traslado de los restos mortales de Olivia, la mayor de las niñas de Tenerife desaparecidas. Unos días después, Christian Eriksen se desplomaba en pleno partido y la televisión con los derechos para la retransmisión de la Eurocopa se recreaba con planos cortos ciertamente desagradables mientras el deportista se debatía entre la vida y la muerte. Para que el sainete fuera más delirante si cabe, el ínclito Kiko Narváez -¿con quién ha empatado para estar ahí pese a haber sido en su día un futbolista de éxito?- echaba en cara a la UEFA la captación de dichas imágenes mientras el operador que le paga las repetía hasta la saciedad. Muy triste, la verdad. Todo no vale en esta vida para que unos se hagan de oro. Menos morbo y más rigurosidad, por favor.