l balón de la Eurocopa que debiera haberse celebrado hace doce meses empieza a rodar esta noche, a las 21.00 horas, en el estadio Olímpico de Roma. El azote del coronavirus obligó a cancelar el evento y trasladarlo al año en curso para que la organizadora, UEFA, no perdiera los pingües beneficios que le genera un tinglado de esta relevancia. Ese mismo coronavirus ya se ha cobrado el peaje de disputar el torneo en unos estadios que verán mermada la presencia de aficionados en las gradas con porcentajes variables, entre el 25% y el 33%, salvo en el caso de Hungría que permite el aforo completo en el Puskás Aréna (67.200 espectadores). Poco podía imaginar la UEFA que después de aplazar un año la competición, el persistente virus hostigara ahora a los actores de la competición. Los cuatro casos detectados entre los jugadores de España y Suecia han intensificado de nuevo las informaciones sobre la pandemia, ahora que está en fase descendente su azote entre la población. Por estos lares, como es habitual, el asunto se ha convertido en cuestión de Estado al haber abordado deprisa y corriendo el proceso de vacunación de los futbolistas. Nadie parecía haber reparado que debieran estar inmunizados para la cita. Todo ha sido prisas y la pelota de la decisión rodó de un despacho a otro hasta que ha llegado el Ejército.