ara hacer una buena ficción audiovisual son necesarias muchas cosas, pero solo una es imprescindible, tener algo que contar. Si la trama es un mero soporte sobre el que exhibir tiros, tetas, drogas, perversiones de toda índole o persecuciones de coche mejor o peor rodadas; si en vez de poner el guión al servicio de la historia se pone a la historia al servicio del guión y este, en sus giros, en lugar de generar tensión, provoca decepción en el primer capítulo y risa en el octavo; si actrices y actores a los que respetaba son incapaces de defender personajes indefendibles, si percibe desgana en la dirección y los errores se multiplican según va corriendo el minutaje, está usted ante un producto audiovisual malo. Con una buena historia y unos personajes trabajados la mayor ida de olla puede ser una obra maestra. Desde ese punto de partida solo resta decidir qué tono vamos a emplear y asegurarnos de que lo que se cuenta, por disparatado que sea, se ajusta al universo que se propone al espectador. Por eso Chewbacca, un ser de dos metros quince de estatura y 200 años de edad, que viaja en una nave redonda, es más creíble y encierra más verdad bajo sus matas de pelo que el malo y el bueno de la última producción que ha deglutido porque se la anunciaban en la marquesina del autobús.