escamos el otro día un documental sobre youtubers -otro día hablamos del palabro en sí y de la colección a la que pertenece: youtuber, instagramer, tiktoker...-. Una joven, muy joven, de apariencia resuelta, decidida, inteligente, triunfadora de la red, explicaba las claves del negocio y del éxito y, como resumen de un discurso bien construido y convincente, concluía: “Lo importante no es el contenido, es la experiencia que ofreces”. La experiencia... La joven no se refería tanto a acepciones del término como “práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo”, sino a definiciones más cercanas a “circunstancia o acontecimiento vivido por una persona”, que no es poco, pero no es lo mismo. De pronto pensé que quizá esta mujer había dado con la definición perfecta de estos tiempos, un ejemplo bastante próximo a eso que Zygmunt Bauman bautizó como modernidad líquida. Esa existencia en permanente movimiento, sin realidades sólidas, pendiente siempre de lo novedoso y de la búsqueda de nuevas experiencias, cada vez más provisional y precaria e insatisfecha por naturaleza. Una perspectiva de vivir experiencias frente al contenido que invade todos los ámbitos, desde las relaciones personales a la política. El fondo contra la forma. ¿Puede haber experiencia sin contenido?