s lo que tiene ser periodista, que hay días en que tu mesa de trabajo te encoge el alma. Empecemos por la pasta, porque me temo que este es un relato circular en el que casi todo empieza y termina en la pasta. Como aquel de los amantes que grabaron en su anillo Amaia da Hasiera porque su amor no tendría fin, pero en amargo. Les doy una cifra: ciento veinticinco mil millones de euros. Léanlo en voz alta. ¿Ya? Pues este es el coste estimado de la corrupción en el Estado. Compárenlo con el gasto (inversión) que se dedica a, por ejemplo Sanidad, Educación... y verán su trascendencia en nuestras vidas. Dice la RAE que un corrupto es aquel "que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar". Estamos tan acostumbrados, tan abrumados por la corrupción, que a veces siento que nos pasa como cuando estás en el mar y llueve: que apenas te enteras porque ya estás calado. Pero llueve. Y cómo. Marruecos arroja a los pescadores de sueños contra España y ésta responde con tanques pero sin plantarse ante su abandono del Sáhara. Israel masacra Palestina, pero el mundo apenas tuerce el gesto. Es el mercado amigo. Corruptos, viciados, perversos... Por si fuera poco, ayer murió aquel loco espagueti que nos puso a bailar como los cíngaros del desierto. ¡Viva Franco! (Battiato, añade el antifranquista). Y ¿ven? Todo acaba en la pasta.