ace un tiempo se popularizó un vídeo en el que una neskita le explicaba al mundo cómo el euskera es capaz de abrazar conceptos en una sola palabra. Corazón: bihotza, dos voces, tum tum, tum tum. Ortzimuga: el límite del cielo, el horizonte. Basamortu para el bosque que estuvo vivo pero hoy desierto. Erditu y la metáfora perfecta. Pura magia. Dicen que el alemán construye parecido. Como le oí a Lisa Simpson en un día torcido, “seguro que en alemán hay una palabra que describe esto”. Y así estoy yo, necesitado de una palabra. Necesito saber cómo voy a llamar a la sensación de retomarle el pulso a la vida. A esa libertad reencontrada de decidir hoy si junto a mis canelos para reventar Gasteiz sin las alas atadas o me voy a romperle la espalda a mi hermano el de las cuatro latas. O a los de Tudela. O a los de Túnez. Si me estiro hasta oler de nuevo el salitre sin tapujos, hombro con hombro con quienes me vieron crecer, o si me voy a Cádiz con mis gaditanos o a Cuba con mi cubano. Tantos deseos como amigos que se sienten tan cerca aunque estén tan lejos, a una pandemia de distancia. Por eso necesito esa palabra. Porque si la tengo sabré que voy a pronunciarla a voz en grito. Y entonces, con ella a mi lado, domesticada como el zorro del Principito, quizá se me hará más cálida la espera.