na de las enseñanzas de este año de ciencia ficción, al menos para este humilde redactor, es que cada persona adulta es la primera responsable de sus actos y por lo tanto de las consecuencias que estos acarrean. Que por mucho que el Estado imponga o permita, sugiera o eluda, cada uno de nosotros y nosotras somos en última instancia los dueños de nuestras decisiones. Hasta no hace nada los poderes políticos y económicos, con los medios de comunicación como altavoz, tenían la capacidad de dirigir a las sociedades hacia el odio fratricida o el consenso, hacia la división o hacia el bien común, pero las redes sociales les han arrebatado el monopolio de la propaganda y, paradójicamente, en este sindiós de mentiras y medias verdades, de ruido, confusión e histrionismo, el ser humano es más libre que nunca para construir su propia visión del mundo y vivir en consecuencia, sin ser pastoreado por nadie. Lo que pasa es que hay que saber separar el polvo de la paja, molestarse en leer mucho y variado, y desconfiar de quienes apelan a nuestras entrañas o nos dicen solo lo que queremos oír. Debemos ignorar a quienes gritan para poder escuchar con atención a quienes razonan, y nunca, nunca, renunciar a un mínimo escepticismo ni ante el más seductor de los profetas.