uchas de las decenas de personas que se han vacunado cuando no les tocaba probablemente no sabían que hacían mal porque fueron inconscientes beneficiarias de un error burocrático, o porque no quisieron pensar demasiado cuando les ofrecieron inmunizarse simplemente por estar en el lugar y el momento apropiados, y por eso hay que tener cuidado con las penas de telediario y los linchamientos digitales. Eso sí, otras muchas de esas decenas de personas sabían que no les tocaba, saben además cuánta gente muere todas las semanas y en qué condiciones, y puede que en algunos casos incluso utilizaran la barra libre como coartada para su propio beneficio. Otros fueron tan conscientes de que su pecado dejaba expuestas a las abuelas de las residencias o a los trabajadores de primera línea que lo cometieron a escondidas. Lo ocurrido es desolador, no solo por la miseria moral, tan contagiosa como el virus, que libera en el ambiente, sino porque destruye la autoridad de quienes desde los poderes públicos apelan a la solidaridad con los más vulnerables para pedir a la gente que mantenga el esfuerzo, acepte los sacrificios y se sobreponga al cansancio acumulado. Ese es el triste mensaje que hemos recibido.