e veía venir. Es lo que tiene haber asumido que la Ley de Murphy es la única constante de la vida. Si puede empeorar, no lo duden, empeorará. Hemos entrado en la tercera ola casi sin haber abandonado la segunda. Dice Fernando Simón que en Navidad lo pasamos mejor de lo que se debía. Probablemente tiene razón. Otro día, si eso, hablamos de los bandazos de su Gobierno a la hora de planificar las restricciones que se impondrían esos días. Y digo esto último con tristeza, porque es la constatación de que si no nos obligan, coercitivamente, a ser precavidos y responsables, pues no lo somos. Hablo del medio centenar de sancionados por celebrar un cumpleaños el sábado en Gasteiz o del centenar de jóvenes de botellón en Irun, por poner dos ejemplos de las últimas horas. Y utilizo el injusto plural porque con el coronavirus basta con que uno no sea respetuoso con las mínimas normas de seguridad para que se jodan otros cien, así de triste. Para alegrar un poco más el festival de la pandemia -porque todo lo que puede empeorar, empeora- ahora nos hemos lanzado a la carrera de la vacuna. Si tenían esperanzas de que en la gestión de esta crisis pesaran los criterios científicos y el sentido común, olvídense. Es el amigo Murphy.