a política es lo que tiene, si parpadeas, te lo pierdes. Pensaba en esto leyendo sobre la decisión de Pedro Sánchez de que sea Salvador Illa quien lidere la candidatura del PSC en las elecciones catalanas de febrero -la sensación de dedazo a debido de cundir porque el martes Miquel Iceta aseguró que el PSC hizo primarias internas pero que, al no haber candidatos, la dirección designó a Illa por consenso-. Recordaba cuando Sánchez era aquel aspirante de primarias desconocido que llegó a ser secretario general del PSOE gracias, quién lo hubiera dicho después, al apoyo del socialismo andaluz de Susana Díaz. Qué mal calibraron algunos en el PSOE a Sánchez. Tan mal que el episodio acabó en un cruento Comité Federal. Y cuando ya todos lo daban por acabado, Sánchez volvió, vio y ganó otras primarias. Y cuando pareció que su tren para alcanzar el Gobierno se le había escapado, ahí está, en Moncloa, haciendo gala de unas capacidades de reinvención y supervivencia dignas de mención y, prueba de que algo ha aprendido de la experiencia, ejerciendo un liderazgo férreo del partido. En condiciones normales, la designación de Illa puede tener lógica política y/o de partido. Pero en plena pandemia, que el presidente y el ministro de Sanidad puedan siquiera dar la impresión, aunque sea equivocada, de que están más a ganar elecciones que a gestionar la crisis es, al menos, llamativo.