ues sí. Aquí seguimos hasta que las uvas nos den a entender que ya se ha quedado atrás este desastroso año, marcado a fuego por la pandemia, sus consecuencias y un hartazgo difícil de ocultar. Pero no se crean que con las campanadas de fin de año va a ser aquello del borrón y cuenta nueva. Me temo que estamos fiando todo a una sola carta y, a lo peor, esta nos vuelve a salir rana. Y con pelo. Bien es cierto que la llegada de las vacunas hace apenas unas horas ha incluido un poco de esperanza en la batalla diaria contra el covid-19 y que, si todo sale como las instituciones prevén, ya se atisba una vía de solución a la crisis sanitaria para el final del próximo verano. Y, sin embargo, yo no consigo espantar el mal fario, porque me temo que en 2021 habrá mucha gente que las pasará canutas debido a las reminiscencias de una situación inédita que ha desarbolado una parte importante de las estructuras económicas. Estos días salen a la luz cientos de previsiones económicas sobre lo que crecerá el PIB a poco que las cosas no se salgan del carril, pero pocas muestran lo mal que lo van a pasar aquellos que se han quedado sin trabajo o los que han visto cómo sus negocios tenían que inclinar la cerviz ante el todopoderoso bicho. Que Dios nos coja confesados.