o se lo van a creer, pero mis orejas son un poco especialitas. Ya no aceptan cualquier tipo de mascarilla. Se acostumbran a un modelo en concreto y, cuando este se acaba, parecen echar pestes del sustituto. Se muestran quejumbrosas y molestas, incluso doloridas y, en situaciones extremas, muestran su rechazo con llagas de lo más molestas en la comisura que une los apéndices auditivos con el resto de la cabeza. Así que, aquí estoy, con una batería de adminículos, complementos y equipamiento extra para tratar de hacer más llevadero esto de respetar lo del apósito sanitario que el bicho del demonio nos obliga a portar casi a cada segundo y ante cualquier actividad. En estas estaba cuando me he dado cuenta de que no debo de ser el único que las pasa canutas con el nuevo complemento pretendidamente profiláctico, ya que en un paseo por las calles de Gasteiz ya he descubierto varios escaparates en los que se ofrece, muy inteligentemente, toda una línea de negocio relacionada con los tapabocas, con varias baterías de subproductos relacionados con el pedazo de tela que nos cubre los morros, para hacerlo un poco más llevadero, mejorar la experiencia o cambiar su aspecto. En fin, supongo que todo tiene que ver con aquello de que la crisis abre la puerta a las oportunidades.