n la noche del Día de Navidad perdía yo horas de sueño abobado frente al televisor cuando me encontré, en ETB-4, con un documental sobre el declive de la cesta punta en Miami, y empezaron a asaltarme los recuerdos de mi tardoinfancia, de aquellos partidos a los que asistía a finales de los ochenta en el Beti Jai, en una grada rebosante de público y semioculta dentro de una nube de humo de Farias. Treinta años después volví al frontón a ver un partido de exhibición y me encontré con lo que nadie habría podido prever en aquella época dorada en la que los pelotaris alaveses emigraban a Florida a hacer fortuna. El chirrido de las zapatillas contra el suelo, los juramentos de colorados y azules y los estallidos de la pelota contra el frontis reverberaban en un espacio casi vacío, y yo me preguntaba cómo un espectáculo así de rápido, de emocionante, de explosivo, de peligroso, de singular, de televisivo, había podido llegar a ese punto de hibernación. Si los expertos no dan con las respuestas no voy a ser yo quien las aventure, pero sí me pareció llamativo comprobar, en la madrugada del viernes delante de la tele, cómo la cesta se desinfló a la misma vez aquí y en Florida, con contextos, aficiones y modelos comerciales tan diferentes.