y, qué cruz. Debo de ser el personaje con más salud del mundo. Y eso que mis achaques, cada vez más numerosos y constantes, no me abandonan ni a la hora de dormir. Constato mi estado sanitario en contraste con mis finanzas, con el volumen de mi monedero y con la providencial mala suerte que gasto ante los sorteos y rifas variadas en las que decido participar. Y mira que, como cada año, amanezco tal día como ayer con la ilusión de un niño con zapatos nuevos. No sé quién decía que afrontar la Lotería navideña con el ánimo por las nubes elevaba la posibilidad de llevarse un pellizco cantado por los niños de San Ildefonso. Pero, como cada año desde que adquirí consciencia, he acabado la retranca numérica con la misma sensación que de costumbre. Es decir, con cara de circunstancias y con la certeza de haber tirado por el retrete el dinero gastado en los billetes y las participaciones, circunstancia que, paradójicamente, contribuye a ensanchar el vacío en mi billetera. En cualquier caso, con lo que nos está deparando este inacabable e insufrible 2020, a lo mejor no es tan malo quedarme como estaba antes de jornada tan especial, ya que vivir, respirar y trabajar son lujos que uno no puede desdeñar a la ligera, porque ya saben aquello de que siempre nos quedará la salud.