arece que ya tenemos perfilado el protocolo navideño: reuniones con aforo máximo de diez personas. Llevo ya tiempo imaginando el momento thriller que estarán viviendo esas familias que más que familias son sagas. Macrorreuniones familiares al margen y asumiendo la conveniencia de mantener las burbujas sociales, imaginemos, seamos un poco puñeteros, esos padres que viven con un abuelo y un par de menores a su cargo, que además tienen a una hija con pareja y un par de niños y dos chavales estudiando fuera. Suman once. Ejem. ¿Quién se queda fuera de la cena de Nochebuena? Parece el Cluedo. ¿Dejamos a la hija y su pareja con los niños en su nido, mala suerte, otra vez será? ¿O que el yerno/nuera asuma en toda su crudeza el concepto de familia política? ¿O uno de los chavales que estudia fuera, que se busque la vida con algún compañero del piso de estudiantes? ¿El bingo? ¿Recurrimos directamente al azar para no tener que cargar con la responsabilidad de la decisión? ¿Esperamos que alguien dé un paso al frente? ¿O los patriarcas aprovechan para organizar una especie de Juegos del hambre en el que solos los que aporten los mejores tuperwares para el menú podrá sentarse a la mesa? Cachondeo al margen, una cosa es cierta: no perdamos de vista que lo importante de esta Navidad es evitar que no podamos vernos la próxima.