omo no nos podemos reunir en nuestro amado templo del cortado mañanero, la parroquia habitual le estamos volviendo a dar un uso desmedido al móvil. Nos falta, eso sí, nuestro querido escanciador de café y otras sustancias, que lleva días desaparecido porque al parecer, según ha contado su hijo no sabemos si de coña o no, se ha apuntado a clases de yoga para dejar de escupir al televisor de casa cada vez que ve a un político hablar de la pandemia. Varios viejillos alientan su campaña ya que sostienen que la clase política en general se ha instalado desde marzo en un discurso curioso que se basa en que todo lo malo que ocurre con respecto al bicho siempre es por culpa de la ciudadanía. Es decir, trasnochamos como locos, nos apiñamos en bares y tiendas para refrotarnos a la mínima, saturamos montes, montamos fiestas colectivas en nuestras casas, dejamos que los jóvenes se refocilen cometiendo pecados humanos y divinos varios, viajamos sin ton ni son, llevamos mascarillas sucias a propósito y eso si las llevamos... Pero resulta que a ningún político con mando en plaza le escuchan hablar de cómo se está trabajando en atención primaria, de la escasez de rastreadores, de la falta de medios, de la desatención a otras enfermedades, de las estrategias improvisadas... Eso no es culpa de nadie.