unque tenemos nuestro amado templo del cortado mañanero cerrado a cal y canto, los habituales hemos reactivado el grupo de wasá, como dice uno de los viejillos, que se abrió en marzo, más allá de que ahora nos vemos más por el barrio y, manteniendo las distancias, alguna charleta ya tenemos. La comidilla de estos días es uno de los venerables. Bueno, su mujer. Está un poco jodidilla -no hacen falta detalles- pero le tienen prohibido acercarse al ambulatorio. Así que todo por teléfono. Pero a nuestro compañero de barra le cuesta horrores que le cojan. Y cuando pasa, le dicen que el médico ya llamará. Y a veces llama. Pero a veces no. Y vuelta a empezar. Con lo que tenemos al abuelo con un cabreo del 15, hasta los pitos de que con la historia del bicho, su mujer y el médico no se puedan ver las caras. Algo mal estamos haciendo si una persona no puede atender a otra en persona. Eso es que algo falla. Con o sin pandemia. Así que el viejillo, en su sed de venganza, nos está proponiendo la posibilidad de establecer una especie de call center que no pare de llamar a los del ambulatorio, más que nada para que atiendan a la pobre mujer y les dejemos en paz. Sí, la barbaridad no se hará. Pero es que esta gente tiene una mente para el mal sin parangón.