ué curiosos días. Casi a la par de este fin de semana gris, semiconfinados, con la hostelería cerrada, recuperando costumbres primaverales como el paseo matutino, los maratones de cocina y las videollamadas, hay una especie de subidón informativo que se cuece entre la victoria de Joe Biden en Estados Unidos -o, por ser más precisos, la derrota de Donald Trump- , los avances anunciados ayer por la farmacéutica Pfizer en torno a la vacuna contra el coronavirus en la que trabaja y el subidón bursátil consiguiente. Es como si hubiese una especie de amanecer de optimismo en este lunes -paradójica coincidencia probablemente- de café para llevar -la civilización occidental se hunde, si es que aún estaba a flote-. La verdad es que tengo ganas de decir que no nos dejemos engañar o, por lo menos, no nos fiemos demasiado. No porque sea una pesimista antropológica -que seguramente lo soy-, sino porque la prudencia suele ser una buena consejera. Pasará seguramente este soplo de lo que parecen buenas noticias, igual que pasan las malas, como pasará este noviembre del mismo modo que pasó abril, con sus cicatrices y sus malos recuerdos. Y ojalá cuando el tiempo ponga cada cosa en su sitio las buenas noticias hayan superado a las malas.