i algo quedaba en pie en Estados Unidos del indispensable halo de credibilidad, certidumbre, respetabilidad y seguridad que en cualquier democracia que se precie han de ostentar sus instituciones, ayer el aspirante a la reelección a la presidencia probablemente acabó de laminarlo. Cuando hablo de ese halo, llámenlo hache, subrayo su relevancia porque en realidad hablamos de la soberanía popular, pilar de la democracia. No hablamos de ninguna tontería. Los representantes públicos, por serlo, deberían empeñar un plus en su quehacer para proteger la honorabilidad de las instituciones a las que pertenecen y representan. Seguramente, que Donald Trump se enfurruñe y no respire, salga aún en pleno recuento y sin nada decidido a autoproclamarse vencedor, denuncie un fraude electoral en su contra -ahí es nada, el presidente de EEUU-, exija que se detenga el recuento y anuncie recurso ante el Tribunal Supremo no debería sorprendernos demasiado a estas alturas. A Trump le importa menos de medio comino todo lo que no sea Trump. Y partiendo de esa premisa, todo es posible. La democracia, los valores democráticos, exigen esfuerzo y vigilancia. Y, como dice el aforismo, la primera vez que me engañes será culpa tuya. La segunda será culpa mía.