enemos a los jóvenes del barrio un tanto despistados desde la aparición del bichito. De hecho, en verano no fue tan común, pero llevamos unas semanas, sobre todo desde que se prohibió estar en las barras de pie, que en nuestro templo del cortado mañanero entran de manera cada vez más frecuente mozuelos y mozuelas que para los viejillos son querubines casi virginales, aunque ya pasen de los 20 y empiecen a tener pelos por esos sitios que en la adolescencia ni se te ocurren. En un lugar donde el vino, la cerveza y el café son religión, más allá de los chupitos varios después de almuerzos, comidas y cenas caseras a más no poder que en ocasiones pueden desembocar en algún gintonic sin excesos, que alguien entre y pida algo que se salga de lo tradicional, desde leches de soja hasta combinados con pepinillos o fresas de adorno, puede generar un terremoto. Pero nada comparable con lo del otro día, que casi vemos como implosiona nuestro querido escanciador. Claro, a alguien que se tira el día vendiendo torreznos, huevos con txistorra, bacalao ajoarriero y demás lindeces, dos inocentes de la vida le preguntaron si tenía pintxos veganos. No pongo la contestación, me echan del periódico. Por suerte, los chavales se lo tomaron a risa y hasta enhebraron con el barman sobre recetas. Ver para creer.