os negacionistas y sus seguidores serán hoy un poco menos escépticos con la pandemia, supongo. El coronavirus ya se ha cobrado un millón de muertos en menos de un año. No han sido necesarias guerras ni bombas. El microscópico bicho ya ha matado a 306.400 personas en Norteamérica, 246.400 en Sudamérica, 220.000 en Europa (31.232 en España, 1.567 en Euskadi), 187.700 en Asia, 35.000 en África, 910 en Oceanía... Y el número sigue elevándose inmisericorde desde aquel cercano 11 de enero en el que se certificó la primera víctima mortal por covid-19 en aquella remota y por entonces desconocida Wuhan. Todavía no nos lo creíamos, China estaba demasiado lejos. Poco después, el 13 de febrero, fallecía en Valencia un hombre que poco antes había viajado a Nepal. Y a partir de ahí multiplicación de contagios y decesos hasta el confinamiento. La siniestra curva comenzó a doblegarse justo antes del verano, al menos lo suficiente como para abrir las puertas en busca de turistas y la reactivación económica. Ni se salvó el turismo y parece que tampoco la economía va a dibujar esa V de la que hablaba el Gobierno español. Como me decía el otro día un amigo, a ver si al menos estamos en medio de una U y no nos quedamos enganchados en la L.