na de las cosas buenas de la vuelta al cole es que mi colega Lander y yo hemos retomado nuestras breves tertulias mañaneras, la primera de este extraño curso 2020-2021 con el presunto Nuevo Orden Mundial que dicen que se nos avecina como eje nuclear del debate. La conclusión a la que llegamos ambos, cada uno desde su propia percepción y experiencias, es que en el planeta hay oscuros conspiradores y gente tan malvada como poderosa, pero que ni se han asociado para dominar a la especie humana ni son capaces, por separado, de ejecutar un plan para someternos con el coronavirus como instrumento, detonante o excusa. La conclusión a la que llegamos ambos, pues, es que no hay nadie al volante, lo cual cuadra más con la deriva reciente del mundo, sobre todo desde que está Trump, que una confabulación trazada al milímetro por villanos que pretenden tener a todo el mundo acojonado con el bicho y amordazado con las mascarillas. En mi humilde opinión, las mayoría de las cosas, y de las epidemias, ocurren y ya está, con actores más o menos determinantes y más o menos incompetentes, pero sin guión ni director, y por eso la vida es tan simple y tan compleja, tan terrible y tan natural, tan fácil y tan difícil de entender como la mismísima muerte.