oy me he descubierto un nuevo tic del que no era consciente. Como de costumbre, hace un rato caminaba por las aceras de Gasteiz mirándome los zapatos con interés e intensidad, como si estuvieran predestinados a cambiar de color o a generar cordones por iniciativa propia. Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que no camino en línea recta como la práctica totalidad de la humanidad. En un breve recorrido hasta alcanzar la redacción, he descrito con mis andares curvas, ángulos rectos, he trazado diagonales y perpendiculares e, incluso, he cambiado de dirección en varias ocasiones. Supongo que a ojos de los demás, mi actitud puede asemejarse a la protagonizada por Forrest Gump en la oscarizada película de hace unos años. Dadas las circunstancias, me he puesto a recapacitar sobre las causas de semejante despliegue de itinerarios alternativos al natural. La única conclusión a la que he llegado es que, con las calles llenas de cuadrillas de chavales por aquello del inicio del curso escolar, la única solución para tratar de respetar la distancia social es dar los rodeos necesarios para garantizar no tener en los morros una grupeta de adolescentes adocenados tras salir de clase. Aún es pronto, pero me da a mí al hocico que esto del coronavirus nos va a trastornar una mieja.