oan tiene 18 años, es la noche de San Juan de 2001 y está con su cuadrilla en una playa alicantina. Dentro de unos meses comenzará a estudiar Agrónomos. Le gusta María. Los amigos comparten cervezas, patatas fritas, confidencias y risas en la arena. Es la noche de San Juan de 2001 y Antonio y Montse han ido a ver las hogueras con su nieto, el pequeño Miquel, que acaba de cumplir seis años. El chaval no ha tenido que hacer mucho esfuerzo para que su abuelo le comprara una bolsa de patatas, es su ojito derecho... Y el izquierdo también. Es julio de 2020. Joan acabó Agrónomos y ha ido encadenando contratos, aunque no siempre; tuvo un lío con María aquel verano, pero María se fue pronto a estudiar a Madrid, primero, y a Estocolmo, después. Nunca volvió. Antonio murió hace tres años. Algunos días, los buenos, al ver a Miquel aún sonreía entreviendo entre la bruma en el adolescente las hogueras. Montse aún pasea por aquella playa. Hasta aquí la ficción. La realidad es que en una playa valenciana unos voluntarios que limpiaban el arenal han encontrado esta semana el envase de una bolsa de patatas fritas. Perfectamente conservado. Precio 125 pesetas, se puede leer, así que la bolsa es anterior a 2002. Lo de que la única constante es el cambio no estaba pensado para el plástico y su impacto en el medio ambiente.