omo escarpias. El poco pelo que me queda en la cabeza y en el resto de mi fisonomía aún no ha regresado a su posición habitual, marcada ésta por una escasez manifiesta. Y dudo de su regreso, dadas las circunstancias. Y todo por una pieza informativa en la televisión, que reseñaba la capacidad que tienen ciertos humanos para comportarse como becerros y muchos, como cabestros. Supongo que es ley de vida y que, con el verano, y tras meses de rigores y confinamientos, lo de salir de chufla y juntarse con los amigos es irrenunciable. A mí también me ocurre y es probable que en el siguiente impulso me dé por saltarme a la torera hasta la más nimia de las recomendaciones para evitar una infección por el coronavirus del demonio y me ponga a lamer el mobiliario de la ciudad o los sistemas de sujeción habilitados en los transportes públicos. Así, al menos, me pondría al nivel de aquellos que no han tenido pudor en tomar las calles en comandita y apelotonados para festejar con todo lujo de detalles ciertas fiestas y éxitos deportivos o de los que no se han cortado a la hora de acceder a los arenales de las playas cuando éstas ya estaban hasta la bandera. En fin, supongo que habrá que serenar el ánimo y tirar de filosofía ante lo que se nos avecina.