y, qué cruz. No hemos acabado de desescalar a gusto, ni de espantar miedos y recelos, ni de recuperar todos los espacios de normalidad, ni de restañar la piel de las manos, ajada tras embadurnarla con pasión con todo tipo de geles y mejunjes de desinfección, y ya estamos en clave electoral. Es cierto que las urnas llegarán con retraso por aquello del coronavirus y de sus efectos y que, en esencia, son el alma de la democracia y de nuestro sistema de libertades, por lo que siempre deberían ser bienvenidas. No obstante, aguantar a un grupo de señores y señoras dando la murga hasta en la sopa cuando apenas hace unas semanas las calles estaban tomadas por personal ataviado como astronautas rociando con lejía hasta los bajos de las papeleras implicará un ejercicio catártico de dimensiones inabarcables, sobre todo, teniendo en cuenta que durante meses, las preocupaciones primarias del gentío se han centrado en su mera subsistencia (literal). En fin, supongo que todo será cuestión de cambiar el chip y de hacer como que no ha pasado nada especial durante las últimas semanas. Y luego, si hay que introducir las papeletas forradas en látex y rociadas con gel hidroalcohólico, pues así será. Todo sea por dar el poder de decisión a los vascos.