esús! Así no hay quien viva. Lo digo por los recurrentes dientes de sierra, ya populares a la hora de definir el desarrollo informativo de la pandemia provocada por el coronavirus del demonio. Que si un día somos el recopón de la baraja al lograr el cero absoluto en infecciones y muertes y echamos las campanas al vuelo y bajamos a la terraza a abrazarnos con el prójimo y a beber las cañas atrasadas por las semanas de confinamiento; que si otro padecemos brotes del covid-10 en Txagorritxu y Basurto y las estadísticas revientan con nuevos contagiados y el personal tiembla de terror; que si el bicho resiste, pero maltrecho por su recorrido vital saltando de especimen en especimen; que si no hay manera de contener los nuevos casos con las alegrías que concede la desescalada... En fin, entre sobresaltos, llevamos ya cuatro meses con la burra a cuestas y, mucho me temo, seguiremos una temporada de lloros, sinsabores y arreones ficticios de optimismo patológico, bien por las malas noticias sanitarias, o bien por la situación económica que nos va a tocar padecer durante los próximos meses, en los que se presumen curvas. Y cerradas, que habrá que negociar con cierta filosofía y cautela para que la velocidad no nos haga descarrilar.