os rebeldes independentistas que fundaron los Estados Unidos hicieron hincar la rodilla a un imperio. Inauguraron la Edad Contemporánea antes de que el pueblo de París sacara la guillotina a las plazas, y consagraron el derecho a guardar un mosquete en el granero para defender su recién adquirida condición de ciudadanos y no volver a ser súbditos de nadie nunca jamás. La degeneración de esa idea es uno de sus problemas hoy en día, el culto a la pólvora. Atrajeron a gente de todo el mundo que llegó con una mano delante y otra detrás y que, a base de ir ocupando tierras en dirección oeste (y echando a los indios), se supo sacar las castañas del fuego por sí misma y prosperar, sin más ayuda que la de sus propias manos. La degeneración de esa idea, el creer que cada cual tiene lo que se merece sean cuales sean sus circunstancias, y la desigualdad que ello acarrea, es otro de sus problemas. Ni los italianos, ni los alemanes o los mexicanos, ni los vascos o los irlandeses llegaron engrilletados a aquel país, y por eso pueden sentir como suyos esos valores, en su esencia original o atrofiados. El pueblo negro estadounidense no, porque nació esclavo, le hurtaron sus nombres y sus raíces, y todavía hoy esas cadenas existen para ellos, y también para quienes les pisan el cuello.