uando empiezan los saqueos, empiezan los tiroteos”. Donald Trump, salteador de caminos y aspirante a antagonista de Stallone & cía. en The expendables, sin rastro conocido de ética ni responsabilidad. “Soy su presidente de la ley y el orden”, ha proclamado con una solemnidad electoral de la que solo es capaz el bombero pirómano. Mientras, la policía dispersaba con gases lacrimógenos a los manifestantes que se interponían en su camino hacia la iglesia episcopal de Saint John -cuyo sótano fue incendiado el domingo- para posar con una Biblia en la mano. Acumula EEUU más de 100.000 muertos por la pandemia del coronavirus sin que Trump se inmute y ahora se dedica a alimentar la hoguera de la crisis racial reabierta en su país por el caso de abuso policial que ha acabado con la vida del afroamericano George Floyd. Alimenta la hoguera porque cree en ella -antes fueron los mexicanos y migrantes sudamericanos contra los que hay que levantar un muro hasta el cielo y más allá-, y porque además sabe que le es rentable electoralmente, caiga quien caiga, caiga lo que caiga. Cuando habla de ley -él, el empresario de los recovecos legales- y orden, habla de su ley y su orden. Elecciones presidenciales el próximo noviembre. Él lo tiene muy en mente. Debería tenerlo también el votante.