levamos apenas unas horas de fase 1 y todavía no sabemos muy bien a qué atenernos. Abren las terrazas de los bares y la gente se agolpa en torno a las escasas mesas en busca de una cerveza o un café al aire libre después de dos meses de confinamiento. A las autoridades les sorprende la falta de civismo cuando, en realidad, no se ha producido ningún altercado sino mera aglomeración. Un reagrupamiento que tampoco sería nada del otro mundo salvo por la pandemia que nos amenaza. Yo no esperaba menos, la verdad. No estamos tan asustados a pesar de los muertos y contagiados que día a día jalonan las noticias. Parece más claro, eso sí, que no podremos juntarnos con amigos en las casas aunque, visto lo visto, igual mañana aparece otra norma que sí lo permite. También están los estudiantes, y sus padres, a los que nadie aclara todavía si tendrán que volver a clase, cómo serán los exámenes, si los hay, o si tienen que prepararse por su cuenta para la selectividad. El tiempo apremia y las autoridades siguen sin reglar con claridad todas estas cuestiones. Van parcheando, o eso parece, aunque, por otro lado, quizá no haya otra forma de gobernar un escenario tan cambiante y caótico como el que nos ha tocado vivir. Y luego, o a la vez, habrá que velar por la economía. Un equilibrio muy complicado.