o pensaba que llegaría a estos extremos, pero si no escucho su voz no soy capaz de serenarme. Cuando acabe toda esta situación auspiciada por el mismísimo Satanás, si es que alguna vez alcanza su desenlace final, no sabré qué hacer. Supongo que esto es parte de los daños colaterales ligados al coronavirus y a la madre que lo crió, si es que se da el caso de que el bicho en cuestión conozca a sus progenitores. En fin, que Fernando Simón, la voz del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, se ha convertido en algo parecido a una gran estrella del mundo del espectáculo. Su cara, sus gestos, su imagen despreocupada y su outfit de profesor universitario de literatura del Siglo de Oro ya son insustituibles en cada jornada consagrada al constreñimiento social y al arraigo casero. Sus explicaciones sobre curvas de infección, medidas higiénicas, seroprevalencias, mascarillas y pautas de contención para frenar al covid-19 son la sal de la vida. Al menos, da para echar un rato y dejar de asomarse a la nevera con intenciones aviesas hacia las viandas que uno ya no sabe dónde esconder tras bajar a comprar al supermercado con deleite y profusión varias veces por semana. Qué tristeza de vida.