ivimos en una distopía. En un momento de todo esto, tuvimos ese momento de revelación que cualquier peli hollywoodiense del género que se precie ejecuta como punto de ruptura de la trama, ese momento en el que el -hasta entonces- loco científico deja de serlo porque sus negros augurios comienzan a materializarse. Llevamos unos días embarcados en una nueva fase, la del después. El mundo después de la crisis. Como el ser humano, en el fondo, sigue teniendo esperanza y un punto de ingenuidad, pensamos que habrá cosas que cambien... a mejor. También lo pensábamos cuando nuestro vocabulario no tenía que ver con coronavirus, PCR, EPI y mascarillas, sino con subprime y prima de riesgo, por ejemplo. Y bueno, qué les voy a contar. Hay quienes apuntan que estas semanas de confinamiento deberían servirnos para pensar más en el presente, para disfrutar más el ahora. Es una escuela de pensamiento a la que me apunto parcialmente. Sin embargo no puedo evitar inquietarme, porque la experiencia me dice que tras estas crisis mundiales el uso suele ser recortar derechos, por nuestro bien. Pero bueno, mientras tanto, en el ahora, constataré que nuestro presente es el de una Semana Santa en la que los atascos de tráfico no se producen en las carreteras, sino en las puertas de los supermercados.