esde hace unos años, en nuestro querido templo del cortado mañanero, los viejillos suelen aprovechar mediados de abril para hacer una caracolada previa a San Prudencio en la que ponerse como el Quico sin testigos anticolesterol, fiesta que cada vez paga uno de ellos y que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias se encarga de cocinar. Cita a la que, dicho sea de paso, nos solemos apuntar otros habituales aunque no cumplimos los criterios de edad mínima previamente establecidos. Este año, evidentemente, nos han jodido. Pero como donde se cierra una puerta se abre una ventana, y aquí los abuelos tienen una mente privilegiada para el delito, se ha buscado una fórmula alternativa. Para empezar, al que le tocaba pagar esta vez ya se le ha guardado el turno para el que viene. A lo que él ha contestado que verdes las han segao. Para seguir, con la complicidad de los dos senegaleses de la frutería de al lado, se van a preparar unas cestitas con los caracoles y el resto de ingredientes de la receta de nuestro barman, con claras instrucciones sobre cómo proceder toda vez en la cocina. Todo tiene que estar listo el lunes 13, que será cuando se haga la comida, eso sí, cada uno en su casa y previo brindis a través de multivídeollamada o como se diga. Por lo menos algo de alegría que no nos falte.