alga el título de la novela de Gonzalo Torrente Ballester para describir las sensaciones que emana el sucesor de Felipe IV -protagonista del libro- desde que ocupara el cargo que dejó vacante su corrupto padre. Felipe VI produce día a día la impresión de que deambula por la Zarzuela pasmado, primero por el juicio y la sentencia de cárcel a su cuñado, después por la sucesión de noticias sobre la inmoral conducta de su progenitor y por último por su incapacidad de aglutinar sentimientos en torno a su corona. La institución que encabeza anda de capa caída, sumida en un sinfín de desatinos que más tarde o más temprano le llevarán al descarrilamiento. Aparte del anacronismo que supone en estos tiempos asumir y mantener a un mandatario impuesto por nacimiento, sus discursos sobre los asuntos más relevantes de su reinado -Catalunya y el coronavirus- no han contribuido precisamente a su solución, más bien al contrario. La percepción figurativa, de mero adorno, de Felipe va imponiéndose sin remisión a la condición de utilidad que muchos otorgaron a Juan Carlos para defender su existencia y su legado. El rey vive ahora pasmado y quizá más tarde desfile desnudo, como el de Hans Christian Andersen, al que todos veneraban por no quedar mal hasta que acabaron riéndose de él.