Convencidos como estamos desde hace tiempo de que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias no es el paradigma de la higiene que digamos -incluso sosteniendo fundadas sospechas de que cuando alguno le toca las narices, le da vino del malo a modo de venganza, si es que no hace cosas peores-, en nuestro querido templo del cortado mañanero la cosa está tranquila, sobre todo para los viejillos. Están convencidos de que tras años de consumir en el local no hay jodido virus lo suficientemente potente para acabar con ellos, sobre todo teniendo en cuenta que los habituales sobrevivieron a la conocida como crisis de la tortilla, acontecimiento que hace un par de años causó alguna que otra pirrilera entre la parroquia. Se le echó la culpa a la patata, que no era de Álava. Claro. Así que tengo a los viejillos convencidos de que no necesitan la pócima de los irreductibles galos para vencer a todo lo que se les ponga por delante, por mucho que algunos hablen de Vitoria como si fuera zona de guerra. Lo que sí les tiene calientes es que se han encontrado en la teleestatal a algún que otro periodista hablando de la ciudad como parte de Bizkaia o de Txagorritxu como un pueblo de Gasteiz. Así que me tienen frito como representante de la profesión. Maldito coronavirus.