Quizá la fortuna de los artistas que logran trascender, que consiguen que su obra sea relevante y significativa, es que alcanzan una forma de inmortalidad, la única posible para los mortales. Una inmortalidad también un poco cruel porque, en realidad, esa condición pertenece a su obra y no tanto a ellos mismos. Ando entre estas lúgubres ideas porque ha muerto Kirk Douglas y, claro, he pensado en Espartaco -“¡Yo soy Espartaco!”-. Douglas no fue un actor más. Recomendación, si no la han visto, la de ver Trumbo, la peli dedicada al guionista perseguido por el siniestro Comité de Actividades Antiestadounidenses, en la que aparece Douglas y su relevante y valiente papel en rescatar a Trumbo, precisamente de la mano de Espartaco. Cada uno tendrá su propia experiencia. Senderos de gloria, Los vikingos, Duelo de titanes, Veinte mil leguas de viaje submarino, El último tren de Gun Hill... Todas son tardes de fin de semana, cuando la vida era más ligera y el segundo canal se llamaba UHF, los dibujos después del Telediario y luego la peli en familia. Hemos vuelto a ver Espartaco, claro. Los años nos han hecho más sensibles y la historia parece cada vez más triste. Pero lo bueno de las películas -como de los libros- es que siempre pueden volver a empezar. Así que volveremos a ver Espartaco, como en aquellas plácidas tardes de la infancia.