es injustificable, pero comprensible, que un deportista haga trampas para prorrogar su beca, para dar el salto al profesionalismo o mantenerse, para ser el número uno mundial de su disciplina, para poner el broche de oro a su carrera -si no le pillan- o porque lo dice el médico del equipo y punto. Lo que no es ni justificable ni comprensible es que un atleta popular se gaste 300 euros en comprar por Internet una dosis de EPO con la que transformar su sangre en chocolate a la taza, y sin embargo eso hacían los clientes de dos emprendedores recientemente detenidos que al parecer se dedicaban a tan lucrativo negocio. Traficante serbio el uno, y enfermero gaditano el otro, en tres años han vendido presuntamente cerca de 5.000 dosis a flipadas y flipados repartidos por toda Europa. Cómo entender qué mueve a alguien a jugar con su salud de una manera tan inane... ¿Para engañar a sus colegas de grupeta, si es que no comparten los viales? ¿Para engañarse a sí mismos, y verse en la clasificación de la maratón de no sé dónde mil puestos más arriba del que les corresponde? ¿Para fardar en el Endomondo? ¿Para sentirse como profesionales, dando por sentado de esa manera que los mejores de su deporte favorito van siempre hasta la cejas? ¿Para qué?