No hace muchos días, este periódico reflejaba en su sección de curiosidades lo que había ocurrido con Mussa, una cría de chimpancé que en el instante de ser inmortalizada como protagonista principal de una pléyade de vídeos y fotografías ideadas para dar lustre a las redes sociales, sobrevolaba el Congo como copilota en una avioneta, y quedaba embelesada contemplando unos paisajes sólo visibles en esa dimensión desde las alturas. La ternura de las imágenes logró su objetivo, con miles de reproducciones y comentarios positivos de los usuarios de Facebook. Sin embargo, entre tanto me gusta, quedó sepultada la verdadera historia de las instantáneas, que sólo daban fe del final feliz del calvario que había tenido que padecer la cría hasta ese instante, presa en el campamento de unos cazadores furtivos de donde tuvo que ser rescatada y trasladada a un hogar seguro, donde se la está tratando de diversos problemas veterinarios. No me negarán que la humanidad tiene sus momentos y que, según se tercie, puede ridiculizar la maldad de Satanás o rivalizar en bondad con todo el santoral, según las circunstancias. Quizás esa dualidad sea la clave evolutiva principal que define a los humanos, ya que, hasta donde yo conozco, la aviesa maldad no existe en el mundo animal.