Se nos está yendo de las manos la cosa de la parafernalia navideña. Sé de uno que hace años tiene establecido su propio seguimiento de cuándo aparecen los turrones en el súper. La cosa empezó en plan cachondeo, aunque según pasan los años ya no parece tan exótico que acabemos degustando algún mazapán en el chiringuito de la playa bajo el sol agosteño. Al tiempo. El absurdo surrealista, perfectamente inspirador de un guion berlanguiano, es la competición en la que se han embarcado los ayuntamientos de Vigo y Madrid a cuenta de la iluminación navideña. Abel Caballero es el primer edil de la ciudad gallega, adalid de un frenesí luminotécnico que este año se traduce en diez millones de luces led, más o menos a 34 bombillicas por habitante. El árbol navideño principal mide 32 metros, uno más que el año pasado y, probablemente, uno menos que en 2020. El alcalde madrileño, capitalidad obliga, se sintió en la necesidad de presumir: “Este año te superamos. Desde Vigo vas a ver las luces de Madrid”, le dijo en septiembre José Luis Martínez Almeida. “No creo. Las de Vigo las ven en Nueva York”, replicó Caballero. Diez millones de luces led para el madrileño también, un 37% más que en 2018. Sin noticia del alcalde de Nueva York por ahora. En la Cumbre del Clima igual flipan.