Ha empezado ya el juicio por la desaparición y posterior muerte de la joven Diana Quer. El Chicle, barbado y tranquilo, según relatan las crónicas de tribunales, expuso en el juicio oral su versión de los hechos ante las preguntas de su defensa y de las diferentes acusaciones y la Fiscalía. Hasta ahí, nada anormal dentro de los parámetros procesales habituales. Lo que ocurre es que, ante determinados acontecimientos, y el citado juicio lo es, el olor a sangre ajena despierta instintos y la casquería adquiere rango principal en los lineales de según qué medios de comunicación. Por eso no es de extrañar que durante estos días haya abundancia de titulares y un aporte fotográfico exhaustivo relatando el dolor de los padres de la criatura y, cómo no, sus cuitas personales, su proceso de separación y el mundo que se ha abierto entre ellos entre denuncias por malos tratos y querellas por difamación. El relato al respecto es minucioso, machacón y lujoso en detalles, casi tanto, como el devenir del acusado y su víctima. Desgraciadamente, hay negocios que viven de airear según detritus sin importar demasiado a quién se machaca. Supongo que todo esto ha existido siempre y que seguirá existiendo. El morbo vende. Y mucho, según parece.