l populismo parece contar cada vez con más adeptos, dispuestos a enredar y enfangar el debate político y a utilizar la calle y las instituciones como escenarios a los que llevar sus manipulaciones disfrazadas de propuestas. La extrema derecha es especialmente hábil en este uso y abuso del juego político para deteriorar la democracia en favor de sus intereses. Un proceder al que los demócratas están obligados a responder con rotundidad. Así lo hizo ayer el lehendakari, Iñigo Urkullu, en el Parlamento Vasco, donde abandonó su habitual tono sobrio y moderado en respuesta a una inaceptable e incendiaria iniciativa de la única representante de Vox en la Cámara, Amaia Martínez, en la que acusaba directamente a PNV, EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos-IU de apoyar “el uso de la violencia como arma para asfixiar al adversario político”. Es habitual que la derecha utilice tradicionalmente la cuestión de ETA, el terrorismo y las víctimas para hacer política, pese a que los partidos se han comprometido en varias ocasiones a través de diversos acuerdos -como los “pactos antiterroristas”- a alejar el tema de la violencia del debate político. Pero, además, acusar en sede parlamentaria a otros grupos de apoyar el uso de la violencia supera los límites no ya de la cortesía parlamentaria sino, como advirtió el lehendakari, de la decencia y la dignidad. El Parlamento y los grupos que lo integran -con matices en lo que se refiere a EH Bildu- ha rechazado en innumerables ocasiones la utilización de la violencia, como bien sabe la extrema derecha. ETA es ya, felizmente, historia. De hecho, esta semana se ha conocido que Estados Unidos va a retirar a ETA de la Lista de Organizaciones Terroristas, según ha comunicado el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, al Congreso estadounidense. Las actuaciones de corte netamente populista no son exclusivas de Vox, como se ha visto de manera recurrente a lo largo de estas dos últimas legislaturas. Los partidos deben reflexionar sobre el alcance y el riesgo de estos excesos de planteamientos demagógicos que van mucho más allá de la legítima crítica al Gobierno o que buscan su desgaste por cualquier medio. Convertir el debate político y las instituciones en un lodazal y agitar la calle deslegitima el sistema democrático y fortalece a la extrema derecha y su proyecto totalitario. l