l auge de la extrema derecha en las elecciones presidenciales de hace una semana en el Estado francés ha encendido las luces de alarma en Europa. El hecho de que Marine Le Pen disputara la jefatura del Estado de una de las grandes potencias históricas y económicas de la UE, habiendo obtenido el 42% de los votos cuando hace cinco años se quedó en el 34%, en ambos casos frente a Emmanuel Macron, ilustra el cada vez más amplio y peligroso empuje que está teniendo la ultraderecha en el continente. También está sucediendo en el Estado español, con el fenómeno de Vox. El derrumbe de los partidos tradicionales, los errores de gestión en momentos complicados como ha sido la pandemia, con una clamorosa falta de políticas audaces y más cercanas a los intereses y necesidades de la ciudadanía, unido a las crisis económicas cíclicas que se han cebado con los sectores sociales más vulnerables, explican, en parte, este fenómeno. La ultraderecha está mudando su piel. Conocedora del miedo que transmite, está sabiendo capitalizar el descontento social y vehicularlo hacia sus posiciones antisistema, sin abdicar de sus posturas filofascistas, misóginas y racistas. Una operación de maquillaje político aparentemente burda, pero que funciona gracias a su poder de penetración basado principalmente en la mentira y la manipulación y una hábil utilización de las redes sociales, incluidas las fake news. Con todo, estas posiciones populistas no son mayoritarias. El gran problema -el mayor peligro, en realidad- es el blanqueamiento que determinados partidos de la derecha están haciendo de los posicionamientos y propuestas ultras. En el Estado español, el PP se embarcó hace tiempo en estos nefastos juegos políticos que, a la larga, se volverán contra la propia formación popular y que suponen una amenaza para el sistema democrático. La entrada de Vox en el Gobierno de Castilla y León de la mano del PP es un alarmante punto de inflexión. Una actitud que sin duda alimenta a la ultraderecha al normalizar sus políticas, asumiéndolas como propias. Francia, como toda Europa, ha conseguido frenar a la extrema derecha mediante un compromiso -si bien cada vez más endeble- de ética democrática. Feijóo, de momento, ha avalado de manera vergonzante los pactos con Vox y se arriesga a hacer lo propio tras las elecciones andaluzas. Sería el punto de no retorno.