l Partido Popular celebra este fin de semana en Sevilla su XX Congreso Extraordinario en el que aspira a enterrar la etapa del liderazgo de Pablo Casado para abrir un nuevo periodo bajo la presidencia de Alberto Núñez Feijóo con el objetivo de coser las heridas abiertas, unir a la formación conservadora y presentarse como alternativa real para alcanzar La Moncloa. No les será especialmente difícil a los populares dejar atrás la era Casado. Un ciclo caracterizado por un liderazgo débil y cuestionado desde sus mismos inicios tras el traumático desalojo de Mariano Rajoy del Gobierno, así como por los bandazos ideológicos y estratégicos entre la moderación y la radicalidad, los problemas internos, la apuesta por la crispación como forma de oposición en momentos especialmente complicados para la ciudadanía como el impacto de una pandemia y su correspondiente crisis y, como consecuencia, la irrelevancia política en el Estado. Por de pronto, no cabe duda de que Núñez Feijóo ha logrado una incuestionable unidad en torno a su liderazgo, al que ha sido encumbrado casi por aclamación con nada menos que el 98,35% de apoyo de los compromisarios. Esta práctica unanimidad puede parecer un buen punto de partida, pero el político gallego deberá acreditar ese liderazgo que parece habérsele adjudicado más por pura necesidad, deméritos ajenos e incomparecencias de posibles rivales que por sus virtudes más allá de su dilatada gestión en Galicia, refrendada, eso sí, por el voto ciudadano. De momento, es obligado distinguir sus palabras y discursos de sus hechos, hasta ahora lógicamente escasos pero en cualquier caso significativos. En primera instancia, Feijóo aparenta representar la moderación y la apuesta por la buena gestión como avales. El acuerdo del PP con la ultraderecha para gobernar en coalición en Castilla y León bajo su apoyo implícito cuestionan su viraje al centro, sobre todo porque el pacto con Vox supone una apuesta estratégica de futuro. Esta va a ser, le guste o no a Feijóo, la clave de su primera etapa al frente del PP y que compromete su futuro, el del partido y -si realmente quiere ser alternativa de gobierno-, del Estado. No parece, en cualquier caso, que esta vía represente un “nuevo” PP o una “refundación”. Menos aún con la composición del equipo de Feijóo, repleto de viejos conocidos del partido, y del que Euskadi está prácticamente ausente.