l tiempo se le va agotando al Gobierno de Pedro Sánchez en su objetivo de alcanzar un acuerdo que le permita sumar la mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados con la que poder aprobar la reforma laboral. El próximo jueves 3 de febrero, la Cámara Baja votará, en principio, la convalidación del acuerdo alcanzado el pasado diciembre entre el Ejecutivo, la CEOE y los sindicatos UGT y CCOO, pero un mes después de aquel pacto calificado de “histórico” por sus firmantes, no cuenta aún con los apoyos suficientes para sacarla adelante. El Gobierno de coalición ha contado hasta ahora con la denominada mayoría de la investidura que le permitió acceder a La Moncloa y que le ha proporcionado la necesaria estabilidad, aprobando la mayoría de la producción legislativa, incluidos los Presupuestos Generales del Estado. Por contra, el bloque de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) ha adoptado una actitud radicalmente obsruccionista rechazando o intentado bloquear normas y decisiones claves, en una estrategia desestabilizadora y de acoso y derribo a Sánchez. El rechazo del PNV -y de otros socios del Ejecutivo como ERC y EH Bildu- a aprobar la reforma laboral si no se respeta el marco vasco de relaciones laborales otorgando prevalencia a los convenios firmados en Euskadi es respondido por el Gobierno con la cerrazón, lo que lleva a un callejón sin salida. El empecinamiento en “no tocar ni una coma” del documento -postura ratificada ayer por la ministra y portavoz, Isabel Rodríguez- aboca a dos escenarios: el fracaso de la reforma o un cambio en el eje de los apoyos mediante un acuerdo del PSOE con Ciudadanos para sacarla adelante. Una opción arriesgada, en tanto que cuenta con el rechazo de parte del Gobierno (Unidas Podemos), lo que implica una grieta más en el cada día más convulso y tensionado gabinete de coalición, y supone un importante agravio a sus socios jeltzales, que hasta ahora han mostrado total lealtad y fiabilidad pese a los continuos incumplimientos de otros acuerdos alcanzados. Sánchez, por tanto, se juega su estabilidad y la de su Ejecutivo, tanto interna como externamente, a mitad de la legislatura, con el riesgo que ello supone. Deberá calibrar, por tanto, si cambia de caballo a mitad de la carrera y opta por Ciudadanos, un partido en descomposición e incompatible con la mayor parte de las políticas que hace y propone su Gobierno.