n plena crisis internacional para Occidente tras la apresurada salida de Afganistán y la rápida ocupación del territorio y del poder por parte de los grupos armados del Talibán, el barullo político en el Estado español ha derivado en el veraniego debate sobre la aparición del presidente Sánchez en alpargatas y la insistencia de Casado en criticar que siga de vacaciones mientras él mismo comparece desde la playa donde se encuentra disfrutando de su periodo vacacional. Son dos ejemplos del deterioro que está sufriendo la política española y por derivación la democracia. Un nivel cada vez más insoportable de estupideces elevadas al argumentario de los discursos de los partidos políticos. A Sánchez y al Gobierno del PSOE y de Podemos se le puede criticar por muchas razones y algunas directamente relacionadas con acontecimientos de este mismo verano, pero no por ahora sobre los hechos de Afganistán. La evacuación de la embajada y de los colaboradores afganos ha sido hasta ahora impecable. Se le puede criticar, por ejemplo, por el récord casi diario del precio de la luz ante el que la respuesta es la inacción o un vaivén de excusas sin credibilidad alguna de la ministra Calviño. O el nuevo escándalo que está protagonizando el ministro de Interior Grande-Marlaska con el procedimiento de más que dudosa legalidad, como cuestionan las asociaciones de defensa de derechos humanos y los tribunales, de la devolución desde Ceuta de menores a Marruecos. Casado insiste en que Sánchez debe comparecer públicamente para hablar de Afganistán. Tendría sentido si fuera para explicar a la opinión pública española qué ha ocurrido en estos 20 años, cuál es la responsabilidad de Estado español en las muertes indiscriminadas e injustas de civiles -mujeres y niños-, en bombardeos indiscriminados, para qué 102 militares españoles murieron en acto de servicio allí o si es cierto, como dicen documentos desclasificados de EEUU, que Aznar envió 17.000 millones en armas a Afganistán y nadie sabe nada y demás tropelías de esa desastrosa operación. Lo contrario al ridículo que han hecho dirigentes internacionales -desde Biden a Macron o Johnson y los máximos responsables militares de EEUU y la OTAN-, en unas comparecencias públicas absurdas, ilógicas y tan engañosas como las mentiras de estos 20 años. Pero seguramente nada de esto le interesa saber a Casado, más preocupado por su política de chiringuito.