l fin, a partir de hoy, de la obligatoriedad del uso de la mascarilla en espacios abiertos puede significar un pequeño alivio pero en ningún caso debe suponer la proscripción, siquiera parcial, de un instrumento que ha sido fundamental en la lucha contra el covid-19. Hasta la llegada de la vacuna e incluso en el proceso de inmunización, el tapabocas nos ha salvado la vida, junto a otras medidas igual de necesarias como la distancia personal y la higiene de manos. Y quizá puede seguir haciéndolo, porque el riesgo de contagio persiste. El virus no ha desaparecido, e incluso se esta volviendo aún más contagioso a través de las distintas cepas en las que está mutando. El reciente contagio masivo de cientos de estudiantes en su viaje de fin de curso a Mallorca -en Euskadi se han detectado 126 positivos ligados a este brote- muestra que el coronavirus sigue muy presente entre nosotros. De hecho, la CAV ha vuelto a superar los 200 nuevos contagios, con lo que la tasa de positividad ha aumentado del 2,6% al 4,1%, lo que demuestra que no se puede bajar la guardia. Aunque la vacunación continúa a muy buen ritmo hasta el punto de que el lehendakari anunció ayer que la inmunidad de grupo se alcanzará “este verano”, los nuevos contagios se están produciendo especialmente entre los jóvenes de 17-18 años. Con los colectivos más vulnerables ya inmunizados o en vías de lograrlo, el impacto más dramático del covid-19 está en recesión, pero la enfermedad sigue teniendo efectos muy negativos en la salud personal, en el sistema sanitario, en la calidad de vida de las personas afectadas e incluso en el margen de recuperación de la actividad económica. Ninguna enfermedad tiene un impacto cero, y de hecho convivimos con muchas de ellas y sufrimos sus efectos, pero no es tampoco ni social ni éticamente aceptable la asunción de una especie de impacto “asumible” de la pandemia. De ahí que en el momento en que el uso de la mascarilla en la calle -siempre que se garantice una distancia entre personas de más de metro y medio-, haya que seguir apelando a la prudencia, a la cautela y al sentido común. Más allá de la sonrisa y de la euforia mostradas por la ministra Darias, la mascarilla sigue siendo imprescindible en espacios cerrados y aun en el exterior en casos de contactos directos y aglomeraciones y es un medio eficaz de prevención para protegernos y proteger a los demás.