L alto el fuego acordado entre Israel y Hamás tras once días de intensos bombardeos y un elevado número de víctimas mortales, decenas de miles de palestinos desplazados y de personas con su hogar totalmente destruido y otros daños materiales incalculables parece consolidarse al ser respetado por ambas partes. Es, sin duda, una tregua frágil, muy frágil, con un riesgo elevado de que sea, una vez más, efímera. Pero el cese de las hostilidades es una buena noticia después de la violenta escalada vivida en la última semana, la más grave desde 2014. Tanto Israel como Hamás se han autodeclarado vencedores de estos enfrentamientos. Sería demasiado tópico e irreal afirmar que nadie ha ganado y que ambas partes han perdido. El balance indica que ha sido el pueblo palestino -más allá del grupo terrorista Hamás, muchos de cuyos milicianos han muerto- el que, una vez más, ha puesto el mayor número de víctimas y sigue y seguirá soportando la destrucción, la opresión y la falta absoluta de los derechos más elementales. Al mismo tiempo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha salido claramente fortalecido en su país por su contundencia y determinación mostradas contra los palestinos y, de hecho, ha reforzado sus opciones para repetir en el cargo. La tregua -lograda gracias a la labor de mediación de Egipto- ha sido saludada por toda la comunidad internacional, que valora la importancia de que desaparezca la violencia. La mayor parte de los países y organizaciones internacionales, además, demanda la búsqueda de una solución definitiva a un conflicto enquistado durante décadas. Es la parte débil de este alto el fuego, aunque el cese de la violencia es imprescindible para poder abordarlo. Pero más allá de las palabras y los llamamientos genéricos al diálogo, nadie se atreve ya a plantear una salida concreta, dados los estrepitosos fracasos cosechados hasta ahora por diferentes acuerdos y propuestas, en especial la fórmula de los dos estados, uno israelí y otro palestino. La realidad a día de hoy es que Israel mantiene una política ilegal de colonización, anexionista y de apartheid hacia los palestinos. La vía hacia el diálogo realmente resolutivo pasa por el reconocimiento mutuo, la garantía de igualdad de los derechos civiles y políticos de los palestinos, incluidos los nacionales, y el establecimiento de regímenes verdaderamente democráticos.